lunes, 10 de agosto de 2009

EL ÁRBOL ESCULTURA Y OTRAS REFLEXIONES




Hace algunos días, tras una caminata por la villa de Sitges tratando más de perderme que de callejear, desemboqué en el mirador de esa pequeña iglesia que divide en dos el paseo marítimo [1], justo al lado de una gran escalera de piedra bien empinada y descendente. Como mi vagabundeo no era solitario, apoyé mis brazos en el mirador, más por esperar a mi acompañante quien durante un cigarro miraba el horizonte que por mi propia intención de ensimismarme, cuando, súbitamente, reparé abajo en lo que parecía una especie de tolva de hierro oxidado para almacenar arena de la que, a la vez que caía agua abundante, sobresalía un árbol esquelético, supuestamente plantado en la parte de arriba, en mitad de la arena. Sin embargo, lo peor no era eso, sino que, por debajo, mediante un juego cruel, pendía otro árbol similar, como si hiciera las veces de raíz aérea del primero, situado con la copa invertida de la que, luchando contra semejante barbaridad gravitatoria, surgían algunas pobres hojas verdes. Era como la figura de un árbol sin fin, uno arriba y el otro saliendo de sus raíces hacia abajo, en una postura antinatural cuya mera visión ya provocaba gran sufrimiento. Como no entendía aquella broma macabra, descendí del mirador tan pronto como el cigarro de mi acompañante me lo permitió yo tengo la insana tendencia de ir corriendo a todos sitios, como si me persiguieran los demonios, y nunca reparo en las necesidades, tóxicas o no, de los que me siguen y me acerqué a aquel engendro donde, en efecto, comprobé que se trataba de una estructura metálica que sostenía como una tolva o un contenedor de arena. En su parte alta estaba plantado el primer árbol y por debajo de éste, como si fuera el mundo al revés, pendía el otro pobre arbolito cual prolongación inversa y absurda del primero. Entre ambos parecía chorrear un hilo de agua que se escurriera desde la arena y que manchaba la calzada. Mi estupor fue en aumento cuando al lado de tal artefacto de tortura comprobé la existencia de una leyenda que pretendía dignificar semejante barbaridad como si se tratara de una obra de arte y que exponía el currículum de su artista, todo muy bien tutelado bajo el patrocinio de algún prócer de la municipalidad. Siempre parece haber un político detrás de cada estupidez de exhibicionismo artístico.
El asunto no habría dado más de sí, olvidado en mi memoria como una muestra más del cretinismo humano [2], si días más tarde comiendo en un restaurante de una localidad costera alicantina que, como pueblo, no posee un sólo lugar en donde posar remansadamente la vista [3], no me hubiera llamado la atención un bonsái presumiblemente adulto, dado el grosor de su tronco y la extensión de sus fornidas raíces que se desbordaban desde la verde bandeja en donde llevaría plantado mucho tiempo y, sobre todo, si yo no me hubiera atrevido a pronunciarme con aquella libertad que uno cree tener en momentos de cierta intimidad. Tengo que reconocer que hace muchos años hube de asesorar en diversas cuestiones, algunas de muy raro carácter urbanístico, a un cliente hoy ya fallecido que había hecho una importante fortuna vendiendo plantas de sus viveros para repoblar las medianas de nuestras autopistas. Curiosamente, tal individuo tenía un hijo que se había especializado en la preparación y cultivo de bonsáis, esa técnica oriental en mal momento importada consistente en practicar una profunda tortura mediante la cual se puede retorcer, anillar, alambrar, recortar y, en suma, castrar de tal forma un ser vivo, como lo es un árbol, hasta dejarlo del tamaño de un colibrí, sólo por el nefando placer de remedar a la Madre Naturaleza o de enmendarle la plana [4]. Y como semejante labor estaba de moda, porque teníamos hasta un presidente del gobierno dedicado a ello en sus ratos libres, mi cliente presumía de que su propio hijo había educado y formado al político en esa actividad, hemos de suponer que impartiéndole clases particulares que imaginamos bien pagadas, no sabemos si por el erario público y, seguramente, sin conexión alguna con la licitación y concesión del ajardinamiento de las carreteras.
A mí, en la intimidad, lo del bonsái se me asemeja a lo del toro de lidia, en esa particular opinión de muchos que coinciden en estimar que el animal se extinguiría si desapareciesen las corridas y demás festejos, siempre orientados a herir lenta y salvajemente, marear y matar [5], argumento en el que coinciden un antiguo ministro de justicia (hoy ya “ex” también por esas aficiones salvajes) y un magistrado (hoy suspendido), que no encuentran otra forma de relajarse, por mor de una interpretación torpe de un mal darwinismo considerado imbécil [6], que matando salvajemente (es decir, a tiros, como cuando se fusila para la memoria histórica) corzos, ciervos, gamos, venados y hasta jabalíes. Y ya que con los años uno ha de definirse sobre cosas tales como los toros de lidia, las corridas o la caza, yo he de considerar que esa tradición oriental del bonsái, importada como una cosa más en este mundo globalizado que tal político denominaba de aldea, ese método sádico de torturar a un árbol [7], me resulta incomprensible e inaceptable.
Sin embargo, con lo que no contaba era con “la voz” de una conciencia que me espetara:
Esa es tu opinión…
En efecto, entramos en la polémica del “esa es tu opinión” y del “y, ¿por qué no?”, invento éste último del hermano de un ex-vicepresidente del gobierno que soportaba la manía del de los bonsáis y viajaba a Italia con frecuencia.
Es cierto, hasta el punto de ser una perogrullada, que lo que yo comento a propósito de estas “artes” del bonsái, de la caza, de las corridas de toros o de las obras de arte zafias, no es más que mi opinión y muy modesta, pero no por ello impide dejar en evidencia la zozobra y la estupidez de algunos políticos que en virtud del “y, ¿por qué no?” llevan años dando muestras de una condición mental cuasi berlusconiana. Por ello, espetar a alguien el “esa es tu opinión” es un sencillo método de tratar de combatir lo evidente, pero no altera lamentablemente la zafiedad de lo ya visto.
Volvemos al inicio. Hace algunos años, un supuesto pintor vasco, de corte autodidacta, que se había manifestado seguramente por escasez mental, pintando árboles en Oma o en Salamanca, a la vera del Tormes, como si fuera un tonto de la O.J.E., y desconociendo el sentido que para un ser vivo como un árbol tiene su corteza o su piel, acudió a pintar piedras al pueblo de mi padre, Llanes, cobrando de su Ayuntamiento una brutalidad por ello “y ¿por qué no?” se dijeron estos políticos, estos pelanas que con el dinero público fomentan esculturas para torturar árbolesy dando lugar a una pregunta genial que en forma de panfletos amarillos encontrabas por las calles: «¿Qué pinta Ibarrola en Llanes?»
Pues eso: es mi opinión.

[1] Llamada de Sant Bertomeu y Santa Tecla
[2] Nunca he podido olvidar el término «incretinito» usado tan perfectamente por el gran Marcelo Mastroianni al referirse a los descerebrados televidentes de algunos programas.
[3] La estupidez de las autoridades municipales de ese pueblo alicantino es de tal calibre, que agraciados en verano por miles de turistas y nacionales de clase media, que dan vida y negocio al mismo, corresponden a esta visita y en estos tiempos de crisis con una policía local dedicada a poner multas a la japonesa, al parecer como protesta sindical para cobrar un plus de salario. La misma estupidez de estos políticos municipales se cifra en la existencia de una plaza porticada en la que hay sembrado un conjunto ingente de palmeras metálicas (!!!), cada una con un coste impresentable y, lo que es peor, en una tierra en la que estos árboles crecen espontáneamente cual si se tratara de fértiles oasis.
[4] Dicho lo cual: queda inaugurado este pantano.
[5] Según he oído, anoche, en una localidad madrileña de la zona sur y en el inicio de sus fiestas, han apedreado al alcalde (y al pregonero) por haber suprimido la matanza de toros en las fiestas del pueblo, ante la escasez de presupuesto, lo cual parece ser otro buen motivo para la extinción de la raza de toros de lidia que habrían de tener en cuenta los ganaderos.
[6] Por igual condición «incretinita». No hemos de olvidar que, en su juventud, un tanto necia, Charles Darwin solía abusar de la caza como única actividad, lo cual enfurecía a su padre, precisamente por lo que significaba tal vagancia en el vivir improductivo, que parecería adecuado al quehacer de ex-ministros o de magistrados suspendidos.
[7] O de reducir salvajemente el pie de una geisha, por si nos salta indignada alguna política gorda, descarada, provocadora y feminista; por ese orden.